Hasta las ocho de la noche del 30 de Septiembre había llevado con éxito mi dramático plan de andar tristeando por el adiós de mi presi. El fin de semana dispuse mi tiempo para la nostalgia, revisé los documentales de Luis Mandoki “¿Quién es el Sr. López?” y “Fraude 2006”; pervertí el algoritmo de YouTube para que mostrara recopilatorios de los mejores momentos de las mañaneras del sexenio; repetí hasta el cansancio la dedicatoria que hizo Silvio Rodríguez a Andrés Manuel con la canción “El necio” hasta que la nasal y enamorada voz de Beatriz Gutiérrez logró sacarme del trance. Me había victimizado con éxito durante todo el fin de semana y el lunes estaba marcado en el calendario como el día para terminar mi duelo. Casi lo iba a lograr, pero ella lo echó a perder.
Era la última clase de la última semana antes de vacaciones cuando la que me gusta del salón no encontró más lugar y se sentó a mi lado. No entendí nada de la lectura por culpa de su perfume y de mis nervios. Cuando me tocó argumentar, hice malabares para inventarme algo digno pero la maestra me vió con lástima y nos dio a todos media hora para leer de nuevo en equipos de dos. Nos tocó leer juntos. El cielo a mi favor conspiró con el Rey Leopoldo de testigo y en el segundo intentó fluimos con gracia. Ella apasionada en la defensa del Congo y el rechazo a la monarquía tartamudeo sus argumentos a la maestra. Quedé irremediablemente flechado. Cual jacobina, me hizo perder la cabeza.
Aunque sea un poco, seguro que le había gustado porque después de la clase me invitó a continuar la velada viendo su película favorita: “Las aventuras de Peabody y Sherman”. Accedí de inmediato ignorando género, duración y detalles del proyecto. Esto había escalado tan rápido que no sabía si sería en su casa o en la mía pero nos dirigimos peligrosamente a la salida. Llegados a la puerta el itinerario me fue revelado. Ella se iría a su casa y me invitó a retirarme a la mía. Una vez en resguardo pondríamos la película en el segundo cinco, escribiríamos hasta tres por WhatsApp y le pondríamos play a la película al mismo tiempo. No importó el desvelo porque el martes no habría clases.
Al terminar la película seguíamos escribiendo. No quería que terminara aquello pero el cansancio me estaba venciendo. Sabía que la pelota ahora estaba en mi cancha. Junté valor e improvisé algo para responder a su perfecto saque. Escribí: “¿Quieres ver la toma de protesta de Sheinbaum conmigo?” Ella no contestó más. Desconozco si fue la derrota, la madrugada o la hora del diablo pero hacía mucho frío. Me tapé y me quedé dormido.
Cuando desperté, me paré al baño, tomé mi medicina y reparé en mi fracaso. Revisé mi celular y tenía un mensaje suyo. Se había quedado dormida pero dijo que estaría encantada de ver el evento conmigo. Quedamos a las 10. La adrenalina me invadió. Prendí el boiler y me lavé los dientes. En lo que estaba el agua planché una camisa.
Rasurado, perfumado y persignado fui por ella. La calle estaba tranquila, los carros estorbaban como siempre, los pájaros volaban como siempre y los tamales de dulce se habían acabado como siempre. Sin embargo nada era igual. Después de saludarla y sonreír tímidamente comenzamos la semblanza del sexenio anterior. Coincidimos en bastante y debatimos lo puntual. Pasamos por carnitas para echar el taco mañanero y llegados a casa pusimos la tele.
Miles de personas estábamos conectadas a la transmisión en el Canal del Congreso. La mística era innegable. La presencia del gigante dimensionaba el tamaño de una diminuta oposición. La llegada de Claudia Sheinbaum al recinto caló hondo. Los conservadores no se comportaron de motu proprio, maniatados por su ego también eran conscientes de la dimensión de lo que estábamos viviendo. El símbolo de la consolidación, la transformación de la institución presidencial, la firme representante de las mayorías. Su voz ahora calma dicta el ritmo de la conversación. Heredó las pausas del discurso y potenció lo concreto en la respuesta. Semanas antes mostró carácter en su primer posicionamiento internacional ante la monarquía española.
El segundo piso de la cuarta transformación promete y promete en serio. Sheinbaum simboliza el devenir entre la ciencia natural y la ciencia social como fundamento directriz del humanismo mexicano. Ese día tuve la suerte de ver un importante documento de nuestro contínuo histórico, la dicha de ver un país conmovido por su pasado y esperanzado en el futuro pero sobre todo, pude verlo mientras compartía la mesa con ella, ejemplo de la mujer consciente de sí y del momento estelar de México en el mundo.