El Capitalismo, en realidad, es el primer modo productivo que pretende escapar del mundo feudal. Este mundo ideológicamente centrado en las fobias y filias de la Europa medieval escapando de sus demonios, encontró en el camino que no solo el universo cósmico está en movimiento sino también el universo social.
El nuevo mundo significaba una interconectividad cada vez más amplia y extensa. La gran pregunta del espíritu de la época fue: ¿cómo administrar esta posibilidad de dominio de territorios a la distancia para fines de acumulación? El mundo feudal estalló, no como una fuerza de liberación, sino como una fuerza de universalización de su propio esquema de dominio: el señor y el siervo. El capitalismo se trató de la versión más acabada de este principio feudal: tenemos una pequeña élite que domina sobre un mar de asalariados.
La primera estampa de este sistema inicia a tambor batiente, con la primer gran oleada de migración hacia Estados Unidos, el territorio que será el epicentro cuna del capitalismo. Tras de esta vino una ola más grande: la de esclavos arrancados de África para trabajar para el Europeo. Basta recordar todos los campos de algodón con los que se consolidó una de las primeras industrias a escala mundial: la textil. Para cada avance tecnológico se han necesitado millones de manos para lograr su perfección. La tecnología es, en este sentido, lo más orgánico que uno puede imaginar.
Entonces, la ley del valor dominante fue la de la explotación, para que algo valiera bastaba comprobar que las mercancías eran producidas por fuerza humana esclavizada. El plusvalor y el salario son dos formas de enunciar la misma cadena.
Al día de hoy las cosas lucen un tanto diferentes pero, si uno mira con cuidado, puede ver con meridiana claridad que el esquema feudal inicial sigue vigente. Para lo único que hay fronteras en estos días es para los seres humanos. Los títulos de propiedad viajan sin descanso, los préstamos, el conocimiento, los virus, pero el trabajo no. Existe una gestión de una élite que controla la política general del globo, su trabajo es romper todas las fronteras para valorizar su capital, pero para ello, necesita del dominio y control absoluto sobre la población. Hoy en día hay una superclase de apenas un puñado de capitalistas que invierten entre sí y centralizan todo el resultado de la actividad colectiva mundial.
En estos momentos, los Estados Unidos, aquél epicentro experimenta un levantamiento popular, el reclamo sigue siendo algo muy simple: reconocer a los otros como seres humanos y no como material de explotación, no como cosas. La super clase se permite decidir por todas y todos, se le permite derrochar los recursos de todas y todos en empresas militares. No hay poder judicial que someta a esos superpoderes. La élite es élite porque mantiene impunidad absoluta frente al asalariado.
Por todo esto, el nuevo pensamiento económica debe partir de la vigencia de esta relación de dominio. La política liberal es estéril porque solo discute sobre "principios" de lo que la política debería ser. La política económica científica asume las relaciones de dominio para partir de una base real. A partir de esta pandemia comenzaremos a ver movimientos sociales que terminarán de enterrar, para siempre, el tufo feudal del mundo. Una vez que logremos ajuste de cuentas con esta historia, de inmediato habrá que emprender una nueva fase: relaciones sociales no antagónicas. Una nueva forma relacional mundial. Listos para enfrentar nuevos retos, pero sobre nuevas bases.
La globalización norteamericana ha muerto. El mundo unipolar no ha podido ser. Es momento del mulitlateralismo y el internacionalismo para resignificar la evolución histórica del capitalismo hacia nuevas formas sociales colectivas. Es tiempo.